LOS REYES TAUMATURGOS

Tomo prestado para este texto el título del libro de Marc Bloch, que hace tiempo me recomendó Luis Benito García, profesor de la Universidad de Oviedo. Y lo hago porque viendo las imágenes de la visita de los Reyes a Boal, con motivo de la concesión del Premio a “Pueblo Ejemplar”, fue lo primero que me vino a la mente al ver a las madres y padres acercar sus retoños a don Felipe y doña Letizia para que los acariciaran, besaran e incluso tomaran en el regazo. En “Los reyes taumaturgos”, el historiador francés analiza el poder curativo que se atribuía a los reyes en la Edad Media, y especialmente, estudia el caso de los monarcas franceses e ingleses a los que se creía capaces de curar la enfermedad con la simple imposición de manos. Describe como las crónicas de la época documentan cientos de curaciones y testimonian, sobre todo, la fe que los humildes vasallos tenían en esa figura dotada de poder real y terrenal, pero especialmente vinculada al poder espiritual, lo que le confería esas virtudes milagrosas.
La estancia de los reyes en Boal tuvo mucho de encuentro taumatúrgico. Los boalenses y sus allegados festejaron por todo lo alto la distinción, que supone un reconocimiento muy importante a la larga lista de méritos de los que tanto se ha hablado. Vieron de cerca, fotografiaron, tocaron a los reyes, quienes se dejaron agasajar, conscientes como son de la importancia de lograr la plena identificación con los ciudadanos. El gesto de doña Letizia mojando sus manos en el agua del lavadero, es de los que dejan huella en la memoria colectiva del pueblo, lo que ella sabe como buena periodista y comunicadora que fue (y seguro sigue siendo). En varias ocasiones, tanto el rey como la reina “rompieron el protocolo” para saludar, besar, tocar y ser tocados. Lógicamente, es éste un “imprevisto” previsto, pues en un acto como el del Pueblo Ejemplar, lo fundamental es el encuentro con el pueblo. Lo mismo se ha vivido en ediciones anteriores y en todas ellas, se alcanzan similares cotas de alegría y exaltación popular, pues a la satisfacción lógica de los vecinos por el galardón recibido, se une la emoción de sentir tan cerca a la pareja de personajes reales, a los que habitualmente sólo se ve a través de la pantalla de la televisión o las páginas de los periódicos y revistas.
La visita de los reyes a Asturias recuerda, un poco, a las que hacían los antiguos monarcas a las plazas y ciudades en las que tenían reino y en las que ejercían su poder curativo. Lógicamente, las formas han cambiado, el ceremonial es más sencillo y el contacto, más directo. Vivimos la visita con mucha alegría pero con cierta perplejidad, pues los ciudadanos de hoy somos mucho más escépticos y sabemos que las enfermedades sólo las curan los médicos. El rey, en la emotiva ceremonia de la entrega de los Premios, hizo de nuevo un llamamiento a la necesidad de regenerar los valores democráticos, apelando a la ética como necesaria meta a alcanzar entre todos. Don Felipe está logrando comunicar bien y de forma positiva. Su gesto es de cercanía, su cara es amable, sus ojos tienen una expresión risueña. Transmite cariño y especialmente cuando está en Asturias, se le nota una especial expresión de felicidad, lo que se convierte en un valor extraordinario para la Fundación, para el Principado y por supuesto, para el estado español. Se le está empezando a llamar Felipe, “El Decente” y la difícil meta que entre todos le estamos marcando (que efectivamente, lo sea), necesita de un intenso esfuerzo y sobre todo, ejercicio de mantenimiento. Habrá quien piense, que estas valoraciones sólo tendrán sentido dentro de unos cuantos años, cuando el paso del tiempo ponga a cada persona en su sitio, como acaba haciendo siempre. Otros, creemos ver en el rey el atisbo de lo que va a ser una jefatura firme y rigurosa, a la vez que entrañable y cercana.
En la difícil situación que nos está tocando vivir, sometidos como estamos a constantes retos, nuestra relación como pueblo con el Jefe del Estado, está cambiando y creo que adquiriendo ciertos rasgos de “trabajo en equipo” que no se puede desdeñar. El mensaje no responde sólo a una estrategia diseñada desde la Casa Real, sino que tiene un componente de reciprocidad indudable. El rey representa al Estado y desempeña una serie de funciones reconocidas en la Constitución. Una no escrita, pero la más importante, es la se ser reconocido y querido por los ciudadanos, con los que está intentando alcanzar el alto grado de identificación, indipensable en la construcción de ese futuro común. En el pasado, los reyes medievales “curaban” a sus vasallos de las terribles enfermedades que ocasionaban llagas y purulencias. Mucho han cambiado las cosas desde entonces, tanto, que el poder taumatúrgico ha cambiado de manos y en la actualidad, son ellos, los monarcas, quienes necesitan recibir el poder sanador de las nuestras.

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