BUENAS TARDES… amigas de Equilibra,
y gracias por la invitación. La verdad es que me siento un poco azorada pues me gusta dominar los temas de los que hablo en público. Así que, después de darle varias vueltas, llegué a la conclusión de que, sintiéndome muy honrada por la invitación de la que fui objeto, la utilizaría sobre todo para ayudaros a recuperar recuerdos sobre este tiempo de Navidad. Como profesora de Historia, sé que el estudio tiene que servirnos siempre para reflexionar sobre el presente, y tratar de construirlo de la mejor manera posible. A ver qué nos sugiere.
UNA TRADICIÓN ALEMANA (no navideña) Y UNA BOLA DE NAVIDAD
Lo
primero, ordené un poco mis vivencias en relación a la Navidad y la primera
imagen que me viene a la cabeza es una no estrictamente navideña, pero muy
entrañable. Nací en Alemania, y allí existe una tradición vinculada a la
celebración del Martinstag, el día de San Martín, el 11 de noviembre.
Esa tarde noche, los niños salen en procesión, bien abrigados, portando
farolillos iluminados con los que recorren las calles del pueblo y la ciudad,
todos cogidos de la mano. No conservo fotos, pero sí los recuerdos muy vivos,
el sentirme tan mayor saliendo de noche sujetando ese farolillo, vestida con un
abrigo largo (lo llamábamos “abrigo maxi”), llevando de la mano a mi hermana.
Es realmente un ambiente y atmósfera mágica y por eso tiene para mí un
significado navideño pues, ¿qué es la Navidad sino magia?
La
segunda imagen os va a traer muchos recuerdos. Pude conocer a una de mis
bisabuelas, una mujer que había tenido una vida muy dura en todos los sentidos,
a la que mi padre siempre había estado muy unido. Sobre la mesita de su
habitación, tenía durante todo el año una bola de cristal cuyo interior
albergaba un nacimiento. Cuando se agitaba, provocaba el vuelo de cientos de
pequeños copos de nieve, que recreaban la atmósfera fría que, según esa
iconografía, existía en Belén hace dos mil años. La habitación era austera y
sencilla y uno de sus pocos objetos decorativos consistía en un cuadro que
colgaba sobre su cama, muy viejo, en el que creo recordar que se reproducía una
imagen de la Sagrada Familia, estrechamente relacionada con la Natividad.
Quiero
decir con todo esto que todas nos hemos criado en una cultura que concedió
mucho espacio, y un importante papel, a la iconografía cristiana, con
independencia del grado mayor o menor en la práctica de la religión católica. No
solo de la iconografía, sino, sobre todo, de la cultura que existe alrededor de
la liturgia (o la liturgia que se desarrolló alrededor de la cultura, no lo
sé). Y por esa razón, la Navidad tuvo, hasta hace muy pocos años, un sentido
religioso y cultural. Con el Adviento nos preparamos para la llegada de la Navidad
y lo hacemos colocando en nuestra casa una sencilla corona adornada con velas,
que iluminadas nos recuerdan la luz que está próxima a llegar. En Nochebuena y
Navidad celebramos el nacimiento del Niño Jesús, en ese portal frío y un poco
inhóspito, solo acompañado de sus padres, unos pastores, y una muestra de esos
animalinos que nos alimentaron y dieron calor desde el Neolítico. El día de
Reyes, 6 de enero, es especial. Repasando mientras preparaba estas palabras, recordé
que es el Evangelio de San Mateo el que habla de unos sabios que, procedentes
de Oriente, trajeron al Niño recién nacido regalos en forma de oro, incienso y
mirra. Venían ataviados con ropajes lujosos, sobre altos camellos y rodeados
por un amplio séquito de esclavos. (Ay el Oriente, que poder hipnótico tuvo
siempre sobre Europa). Pues yo, de pequeña, en esas horas previas a la
medianoche, pensaba siempre “hace mil novecientos setenta y ...años”, o lo que
fuera, los Reyes Magos estaban llegando al portal de piedra, creía en ello de
verdad. Y la canción de Víctor Manuel tuvo su influencia, por qué no lo vamos a
reconocer.
Durante
los años de la adolescencia y primera juventud, me desvinculé un poco de estas
cuestiones. Pero, como universitaria, pude estudiar Historia del Arte y en el
transcurso de los estudios de Geografía e Historia, fui alumna de grandes
profesores de Arte, como Javier Barón y claro, eso te cambia la vida.
Mi
profesora de Historia del Arte Medieval se llamaba Juana. Era rubia y muy guapa,
pero, sobre todo, muy buena profesora, pues me ayudó a sentar las bases para
que pudiera ir entendiendo el arte medieval a lo largo de mi vida. El arte
medieval tuvo como objeto principal de interés, el tema religioso, en
arquitectura, pintura y escultura. De entre las muchas manifestaciones que
podría escoger para hablar de esta cuestión, me voy a decantar por dos obras de
pintura, una del gótico y otra del renacimiento.
LA NATIVIDAD DE GIOTTO
La primera es de Giotto y representa la Natividad. Forma parte de un conjunto de 17 escenas que pintó sobre la vida de Cristo, a caballo entre los siglos XIII y XIV.Sobre
la vida de Giotto tenemos poca información histórica. Nació en torno a 1267 y
murió en Florencia en 1337, cuando ya explotaba el Cuatrochento. Sin embargo,
sí fue citado por sus contemporáneos, como Dante, Petrarca y Boccaccio, que
admiraban la grandeza y los aspectos novedosos de su lenguaje pictórico.
Su
primera obra importante fue la decoración de la basílica de San Francisco de
Asís y la que nos ocupa hoy está en Véneto, Italia. Se trata de uno de los
frescos que decoran la capilla de los Scrovegni, que fue pintada alrededor de
1306. No nos consta el contrato firmado por Giotto, pero todos los
historiadores están de acuerdo en atribuirle la obra, que hizo con un equipo de
40 colaboradores. No es de extrañar, pues son 17 escenas en total, que decoran
el conjunto de los muros de la capilla.
El
fresco recoge como imagen principal a la Virgen, que aparece recostada en el
pesebre con su hijo, el Niño Jesús. En la parte superior, los ángeles y en la
inferior, San José con los animalinos. A un lado, los pastores, que nos dan la
espalda.
Lo
que más llama la atención en la imagen es el azul, tan característico de Giotto.
¡Por cierto, esta obra también es Patrimonio de la Humanidad!
Y LA DE ROGIER VAN DER WEYDEN
La
segunda obra que selecciono es la Natividad de Rogier van der Weyden, uno de
los grandes maestros de la pintura flamenca. Nació en una ciudad de la actual
Francia en 1399 y murió en Bruselas en 1464. Consta de manera certera que fue
un pintor muy reconocido en su tiempo, pero tampoco disponemos de contratos
firmados o documentación muy precisa. Los años de su vida coinciden con la
etapa final del Ducado de Borgoña, a cuyos soberanos retrató con frecuencia.
Estéticamente os gustará menos que la anterior, pero a mi me sirve para transmitiros un poco de mi pasión por la pintura flamenca. Este último verano pude apreciar el tríptico de la Adoración del Cordero Místico (de los hermanos van Eyck) y os aseguro que es, verdaderamente, espectacular.
Rasgos
propios de este pintor son la minuciosidad en los detalles, la recreación de
una escena con un aire un poco fantástico, pero cargado con mucha emotividad,
lo que hoy llamamos “emoción contenida”. En el diseño de la escena se
manifiesta el gusto burgués, que identificó este estilo. No hay paisaje
natural, sino un fondo que reproduce un espacio interior, flanqueado por
columnas similares a las de las catedrales. En la escena aparece únicamente la
Sagrada Familia: una jovencísima Virgen María, un anciano José y un Niño que,
en esta ocasión, no es muy agraciado. Llama la atención el tratamiento de los
ropajes y el uso del color, destacando el granate de San José y el verde del
fondo.
Tenemos
cientos de ejemplos…así que os propongo un
entretenimiento para los próximos días: de ese caudal inagotable que ofrece la
historia del arte, buscad dos imágenes que os gusten, os inspiren emociones y
recuerdos, lo que queráis. Rebuscad entre vuestros libros, id a la biblioteca…
todo vale. Y seguro que os encanta ese viaje.
Además,
una de nuestras principales tradiciones navideñas, como es la recreación del
Nacimiento o Belén, tiene gran arraigo y me da la impresión de que es algo que
va a más. Ayer mismo vi en televisión una noticia sobre el belén del palacio
real, que por lo visto encargó el rey Carlos III para su hijo, el futuro Carlos
IV. Es un belén napolitano, que está formado por más de 200 figuras, muchas de
ellas originales. También son una obra de arte. Y esas figuras que guardamos en
casa, a las que vamos sumando otras cada año, tienen mayor o menor valor
artístico pero lo que está claro es que tienen un gran valor familiar y
sentimental.
¿QUÉ OS PUEDO CONTAR SOBRE LA MESA?
Carmen me pidió que también hablara de la Navidad en la mesa, un tema que me apasiona y en
el que practico mis cursillos de perfeccionamiento cada año.
Por un lado, aprovecho mis estudios de Protocolo, que me dieron los
conocimientos básicos sobre el orden del montaje: primero muletón y mantel,
después adornos centrales, seguir con vajilla, cristalería, cubertería y
servilletas. Cuidar el equilibrio de los colores, evitar el exceso, intentar
que todo tenga un sentido lógico, contribuir con el montaje a que la mesa
ofrezca una imagen acorde con lo que es Navidad: un tiempo especial, familiar,
de celebración, pero también de agradecimiento. Hoy tenemos miles de productos
para combinar y a mi me encanta cada año comprar algo nuevo, para crear
composiciones diferentes y un poco originales. Disfruto más con la mesa que con
la cocina.
Antes me refería a mis estudios de Protocolo, pero la verdad es que tengo en casa a una maestra. Desde pequeña, vi como mi madre engalanaba la mesa de Navidad para Nochebuena, siempre con el mejor mantel y menaje que tenía, aquel que no usaba apenas el resto del año. Prepara unas composiciones que se convierten en otra obra de arte, y cada año, antes de sentarnos, hago fotos para inmortalizar una mesa que ha ido creciendo y creciendo. Los puestos de mesa siempre están ocupados pues, los que se van sin irse, dejaron su espacio a nuestros maridos, compañeros e hijos.
Llegamos al final de mis palabras y me siento comprometida a invitaros a reflexionar sobre lo siguiente. ¿Os parece que la Navidad es este maremágnum de luces, ruido y farturas en que se ha convertido? No vivo en Oviedo, pero me dicen que los habitantes del centro acaban hartos de los villancicos. Desde septiembre vemos turrones en los centros comerciales y en noviembre ya se encienden las luces de Navidad.
Me preocupa que esos serán los recuerdos para muchos de los niños de hoy
y los identificarán con la Navidad. La pequeña bola de cristal de
mi bisabuela, las bolas que se conservaban de año en año para el árbol de
Navidad, el mantel blanco impoluto, la invitación a los que estaban solos… son
mis recuerdos. Es triste pensar que los recuerdos de muchos niños acaben
estando ligados al ruido. Así que os propongo hacer un pequeño esfuerzo en pro
de la sencillez e incluso la austeridad. Recordar los valores que nos han
acompañado siempre. Compartir. Y por qué no, ceder a la tentación de comprar y
consumir, pero con medida. ¡Feliz Navidad! Y gracias.
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