Reproduzco en el blog el artículo que escribí para la revista "Diplomacia siglo XXI", en el que expongo mi opinión acerca de lo que es el protocolo y cómo se debe plantear su estudio.
http://issuu.com/revistadiplomacia/docs/diplo_72__para_web
Un tema recurrente en los medios de comunicación es el referido a los intensos cambios que la sociedad actual está experimentando, siendo las nuevas tecnologías y el vuelco financiero y económico, los principales adalides de ese cambio. En apenas 10 años, hemos transformado de tal manera nuestros hábitos de vida y elementos de relación social y profesional, que a poco que reflexionemos sobre ello, podemos observar la gran distancia que nos separa de los años 90 del pasado siglo.
De la
misma forma percibimos cómo se ha asistido a un proceso de
renovación de todas las materias científicas y académicas,
necesario e imprescindible para la adaptación a los nuevos sistemas
de trabajo e investigación impuestos por las nuevas tecnologías. El
protocolo no es ajeno a este fenómeno y también se ha visto
afectado por esta imperiosa necesidad de transformación.
Antes
de señalar cuáles son los elementos que consideramos que recogen
las huellas de este cambio, es necesario que partamos de dos premisas
de explicación, necesarias para argumentar nuestros planteamientos:
-En
primer lugar, debemos distinguir las diferencias entre el protocolo y
otras materias que con él se relacionan, pero difieren en una serie
de aspectos. A nivel tradicional, podríamos referirnos a la cortesía
y al ceremonial; a un nivel más actual, percibimos una confusión
frecuente entre el protocolo y materias como la comunicación ,la
imagen y la organización de actos.
-En
segundo lugar, consideramos imprescindible el siguiente
planteamiento: el protocolo ha sufrido una evolución centenaria,
pareja a los cambios experimentados por las diferentes formas de
estado. Desde este punto de vista, es una materia firmemente
asentada en bases administrativas, legislativas e institucionales,
que no facilitan los cambios rápidos o coyunturales, sino al
contrario, son legitimadas por un proceso de cambio lento, parejo a
la evolución institucional.
Partiendo
de estas dos premisas, planteamos nuestra hipótesis, que consiste en
dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿cómo se puede adaptar el
protocolo a los nuevos usos? ¿Puede hacerlo y seguir siendo
protocolo?
Adelantando
la conclusión, podemos decir que consideramos
que el protocolo no puede evolucionar de forma tan rápida y
trepidante como la sociedad actual y su organización demanda, pues
corre el riesgo de dejar de ser protocolo y convertirse en una simple
técnica de organización de eventos, son una función más comercial
o publicitaria, que simbólica o institucional.
EL
PROTOCOLO EN LA HISTORIA Y SU EVOLUCIÓN CON EL CEREMONIAL Y LA
ETIQUETA.
La
mayoría de los manuales de protocolo
comienzan refiriéndose a la definición que de esta palabra hace el
diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, ésto es:
regla ceremonial diplomática o
palatina establecida por decreto o costumbre; de
esta forma, queda clara la vinculación de esta disciplina con el
ámbito institucional. La palabra se ha formado a partir de la unión
de dos términos, uno griego (proto) y
otro latino (colo), constituyendo
su etimología una clara muestra del carácter funcional de la
lengua.
Podemos
decir, tomando como referencia a don Francisco López-Nieto, que el
protocolo, parte de la diferencia
entre las personas, que a lo largo de
la vida alcanzan diferentes niveles en los distintos ámbitos de la
sociedad (personal, social, profesional...). Precisamente, este
carácter “diferente” y, por tanto, el distinto grado de
jerarquía derivado de las responsabilidades asumidas respecto al
resto de los miembros de la sociedad, fue uno de los rasgos
fundamentales aparecidos en los lejanos tiempos del Neolítico (entre
7000 y 3000 a.C.), momento en el que aparece la especialización en
el trabajo y, con ella, la división social y la aparición de
diferentes categorías.
La
evolución hacia una mayor complejidad social derivó en la
necesidad por parte de quienes detentaban los puestos de mayor
jerarquía, de legitimar esa posición, de ahí que, desde tiempos
muy antiguos, el protocolo haya
encontrado en el ceremonial el aliado más fiel a la hora de
representar el papel que se le había encomendado.
Volviendo
a la definición de la Real Academia de la Lengua, ésta define al
ceremonial
como “lo perteneciente o relativo al
uso de las ceremonias, o conjunto
de formalidades para cualquier acto público o solemne”. El
ceremonial, por tanto, también está vinculado estrechamente al
ámbito institucional, aunque lo encontramos desarrollado en otros
muchos ámbitos (académico, deportivo, religioso, incluso social...)
siendo el carácter de solemne el
que otorga, en estos casos, la cualidad para que el ceremonial sea
considerado como tal.
Por
tanto, podemos apreciar de forma muy clara como la sociedad, desde
las más antiguas organizaciones humanas, ha utilizado el
protocolo y el ceremonial como elementos de comunicación de un
mensaje, siendo dos los elementos
determinantes de su evolución:
-las
normas establecidas por la legislación, que son de obligado
cumplimiento;
-las
normas aconsejadas por la costumbre, cuyo seguimiento es indicado
para evitar quedar en evidencia.
Si
partimos de que el protocolo establece las normas a seguir y el
ceremonial describe las formalidades de la puesta en escena, aún nos
quedan otros dos conceptos que también aparecen estrechamente
vinculados a lo largo de la Historia: éstos son la precedencia y la
etiqueta.
Retomando
la consideración de que el protocolo parte de la diferencia entre
las personas, resulta evidente que es necesario establecer el lugar
que corresponde a cada una de éstas, para su colocación oportuna en
la ceremonia o acto correspondiente; aquí es dónde entra la
precedencia, o
criterio (establecido por norma legal o por costumbre) que fija la
posición y el orden de actuación en función de una clasificación
anterior. Este criterio necesita estar determinado por dos anteriores
que, en realidad, constituyen el punto de partida para la aplicación
del protocolo: el anfitrión (persona o institución que organiza el
acto) y la presidencia (persona o institución que asume el máximo
honor). Toman ahora el máximo sentido las palabras de don Felio
Vilarrubias, cuando destaca que “los
protagonistas de los actos son el anfitrión, la presidencia, la
precedencia y los invitados”, siendo
éstos últimos el último eslabón indispensable para la plena
actuación de los anteriores, que necesitan de un público para su
actuación.
Podemos
decir que la historia del protocolo es
la historia de las instituciones;
tomando como referencia las palabras del diplomático español don
Joaquín Martínez Correcher, es necesario un cambio de la situación
política, social o económica de un país para que se produzca un
cambio en las normas protocolarias; de esta manera, un recorrido por
la historia de los Trastámara en Castilla, los Austrias y los
Borbones en España, con una parada especial en las dos repúblicas y
la dictadura de Franco, nos señala los aspectos que regulan los
cambios protocolarios que a nivel histórico se han desarrollado en
nuestro país.
Por
tanto, podemos decir que el protocolo no cambia ni se transforma de
manera rápida, sino que su evolución obedece a reformas
estructurales (cambio de régimen y de instituciones), completadas
con la aprobación de sucesivas normas legales que contribuyan a
ampliar, modificar o reformar la situación preexistente.
FORMAS
ACTUALES DE APLICAR EL PROTOCOLO: IMAGEN, COMUNICACIÓN Y
ORGANIZACIÓN DE ACTOS O EVENTOS
Sin
embargo, debemos reconocer un hecho incuestionable: el
estado y las instituciones que lo representan han modificado su forma
de comunicarse con la sociedad. En
España, la transición democrática y la incorporación de S.M. Juan
Carlos I al cargo de jefe del estado, propiciaron un proceso de
apertura a la sociedad, de transparencia gradual en las formas y
acercamiento al pueblo, quizá como reflejo del sistema democrático
sobre el que se asientan las instituciones. Además de la naturaleza
política de estas transformaciones, el papel cada vez más relevante
de los medios de comunicación es
el que ha propiciado esta cercanía y sustitución de la tradicional
“rigidez protocolaria”, por una visión más cercana y popular de
las instituciones, de cuya renovación hemos sido testigos, en
directo, gracias al papel asumido por los citados medios. Así ha
sido desde la toma de investidura de actual monarca hasta cualquiera
de los actos protocolarios con los que se procede a la renovación de
los cargos políticos, esencia misma de la naturaleza democrática de
nuestras instituciones.
Es
por ello por lo que nuevos conceptos han ido apareciendo, en relación
al protocolo. Aunque sigamos considerando válida la definición
aportada por la RAE, creemos que además de los términos antes
señalados (ceremonial, etiqueta, precedencias), han ido tomando
protagonismo otros, cuya estrecha vinculación con el protocolo vamos
a explicar en las siguientes líneas, a fín de darles el lugar que
les corresponde, que no es el de la sustitución de esta materia,
sino la de un necesario complemento: la imagen, la comunicación y la
organización de actos son los conceptos a los que nos estamos
refiriendo. Vamos a analizarlos desde el punto de vista del protocolo
institucional, sin perder de vista su estrecha vinculación con los
otros ámbitos anteriormente citados (empresa, instituciones,
Iglesia...).
La
RAE define imagen
(en su acepción de pública) como “Conjunto de rasgos que
caracterizan ante la sociedad a una persona o entidad”. Por tanto,
se trataría de la representación que el ciudadano adquiere tras la
difusión a través de los medios de su persona, actividades o
institución a la que representa. Dos son los elementos respecto a la
imagen, que nos interesan en relación al protocolo:
a) la
imagen de la persona, que podríamos identificar con la tradicional
“etiqueta” (forma de acudir vestidos a un acto, en función del
tipo, horario y estación). Una imagen que, obviamente, no está
formada sólo por la indumentaria, sino en la que adquiere un papel
esencial la comunicación no verbal y la verbal;
b) la
imagen de la institución, que a su vez, puede ser identificada con
el programa de “relaciones públicas” (encaminado a conseguir la
credibilidad y confianza de los destinatarios del programa de
comunicación) y con el programa de desarrollo de la imagen
corporativa (logo, tipo de letra, colores empleados)
Partiendo
de que el protocolo tiene su esencia en la puesta en escena de una
institución... con la plasmación ordenada de sus representantes,
según un orden de precedencia determinado, huelga decir la
importancia de la imagen a este respecto, pues, indudablemente, la
imagen que capte el observador (a quien va dirigida la escena) será
determinante para la transmisión de los valores y principios que a
la institución le interese transmitir. El vestuario elegido, las
palabras seleccionadas en las intervenciones, los colores
predominantes en el escenario, los símbolos que adornen la puesta en
escena... serán las señales que el espectador capte, tanto de forma
directa como subliminal.
El
segundo concepto que vamos a analizar, en este sentido, es el de la
comunicación,
término definido como “acción y efecto de comunicar” y que, por
tanto, tiene un significado muy amplio. Es éste un proceso que
consiste, básicamente, en el intercambio recíproco de información
entre un emisor y un receptor, y que en relación al campo que
estamos estudiando, tiene sentido en cuanto al mensaje que se desea
transmitir. Un protocolo bien empleado, debe contribuir a que el
mensaje que se genera sea el deseado por la institución
correspondiente, de forma que constituya no sólo un instrumento de
propagación de un mensaje, sino incluso, el mensaje mismo. La
comunicación, en sí misma, engloba todos los aspectos antes
reseñados respecto a la imagen, incorporando otro concepto que en el
campo del protocolo es fundamental: la respuesta, la reacción del
destinatario, el grado de aceptación o reconocimiento de los
mensajes emitidos por la institución responsable del protocolo
correspondiente.
La
comunicación en relación al protocolo, tiene su plena expresión en
lo que se conoce como “comunicación política”, que fue definida
por Jacques Gerstlé, como “el
conjunto de técnicas y procedimientos a la disposición de los
actores políticos, gobernantes sobre todo, para seducir, gestionar y
presionar a la opinión”. Es,
por tanto, una disciplina de difícil definición, no sólo por su
profunda interdisciplinariedad (comprende ciencia política,
sociología de la comunicación, psicología social, ciencias del
lenguaje y otras disciplinas), sino por constituír el resultado de
la interacción de diferentes actores de la polis,
que básicamente son el sistema
político, los medios
de comunicación y el ciudadano,
objetivo de los dos primeros y
protagonista de todo el proceso. La interdependencia con el protocolo
es obvio, pues éste, bien dirigido, se puede convertir en un
elemento de propaganda de valor incalculable.
El
tercer concepto es fundamental, pues es el que pone las herramientas
necesarias para que todo ello se pueda desarrollar: las técnicas
de organización de actos o eventos.
Aquellos cambios aparecidos en el neolítico, a los que nos
referíamos en las primeras líneas de este artículo, tienen su
plasmación en el desarrollo de un acto, de una ceremonia, que sirva
de representación de las diferentes categorías, jerarquías y roles
de los representantes de una comunidad. Por tanto, el protocolo se
sirve del ceremonial (como hemos explicado anteriormente) para la
puesta en escena de actos caracterizados por la solemnidad, y por
estas técnicas de organización, para la representación de una gran
variedad de actos (ceremoniosos o no) en los que partiendo del papel
preponderante del anfitrión (representante de la institución que
organiza y que por tanto, tiene la responsabilidad en la transmisión
de la imagen), se asignará un papel destacado a quien ostente la
máxima autoridad (presidencia), marcando los lugares
correspondientes a otros cargos en función de su relación con el
acto (precedencias) y, sobre todo, buscando el efecto deseado entre
el sector para quien está diseñado el programa (los invitados).
De
esta manera, el protocolo constituye un instrumento de gran valor en
las técnicas de organización de actos, pero
éstas en sí mismas, no constituyen el protocolo.
A partir de este punto, entran en juego una serie de factores
indispensables para que todas las premisas antes citadas se cumplan,
como son: la relación con los medios de comunicación (notas de
prensa, ruedas de prensa, apariciones en medios); la logística (
medios y métodos para la organización de un servicio), la seguridad
(entendida no sólo como protección frente a posibles ataques, sino
sobre todo, como minimización de riesgos), el apoyo de diversos
elementos (auxiliares de protocolo, sanidad, transporte,
limpieza).... y una larga lista que no es necesario pormenorizar.
Decimos que en sí mismos, no constituyen protocolo, sino que éste
es un elemento más a señalar. Según el tipo de acto que valoremos,
uno será un instrumento del otro.
ASPECTOS
QUE DENOTAN UN CAMBIO EN EL PROTOCOLO.
La
sociedad actual, de marcado carácter multidisciplinar, está
asistiendo a un cambio histórico en directo. Las instituciones
también se ven afectadas por este cambio, siendo el aspecto más
evidente la transformación de su imagen que perciben los ciudadanos.
Las instituciones se acercan a la sociedad (jornadas abiertas con
visitas guiadas a las sedes, actos difundidos a través de los medios
de comunicación, relajación en las formas, pérdida de solemnidad
en las ceremonias) y sus representantes se convierten en personas más
accesibles. Estos rasgos pueden ser observados tanto en cuanto a la
jefatura del Estado, como respecto a los tres niveles de la
Administración (local, autonómica y central) y pueden ser
interpretados como el efecto de la progresiva democratización de la
sociedad.
Son
múltiples los ejemplos que podemos sacar a colación y variados los
que se encuentran en la red al respecto. Ciñéndonos al protocolo
oficial o institucional, hemos escogido como muestra de los profundos
cambios sociales y su repercusión en el protocolo la relajación en
el uso de los símbolos y los tratamientos, la simplificación de
ceremonias y el descuido en el seguimiento de las normas de etiqueta.
La
relajación en el uso de los símbolos y los tratamientos
Los
símbolos institucionales (bandera, escudo, himnos) son un elemento
consustancial al protocolo. Como agentes identificadores de una
institución, nos ilustran acerca de la historia de la misma, su
esencia y significado. Sin embargo, y a causa fundamentalmente de un
abuso durante el anterior régimen, los españoles mostramos en
general poco afecto hacia ellos y una escasa identificación con las
formas, colores o composiciones que los integran.
El
uso de los símbolos está regulado por normas legales:
*Ley
39/1981, de 28 de octubre, por la que regula el uso de la bandera de
España y el de otras banderas y enseñas,
*Real
Decreto 2.964/1981, de 18 de diciembre, por el que se hace público
el modelo oficial del escudo de España,
- Real Decreto 1.560/1997, de 10 de octubre, por el que se regula el Himno Nacional
además
de otra normativa complementaria, que tiene en la administración
autonómica y local su desarrollo particular. Las normas legales,
como tal, son de obligado cumplimiento, incurriendo en posibilidad de
sanción aquellas personas que no cumplan con lo establecido al
respecto.
A
pesar de ello, son variados los ejemplos no sólo de incumplimientos
de las normas que rigen su colocación y ordenación, sino incluso de
actos que suponen un ultraje a los símbolos: no hay más que
recordar aquellos en los que se ha procedido a su destrucción. Ha
sido muchas las voces alzadas contra este tipo de despropósitos, que
a decir verdad, no han conseguido mucho más que la remoción de las
conciencias que consideran a los símbolos como representación de
una comunidad y sus instituciones, otorgándoles un carácter de
aglutinante, más que de elemento diferenciador.
Además
del incumplimiento de las normas, debemos hacer notar un uso cada vez
más insistente de los logos institucionales encargados por las
Administraciones. Si bien su diseño y utilización responde a una
lógica clara (las instituciones ejercen como patrocinadores de
muchos actos o eventos en los que no procede colocar el símbolo
legal correspondiente), algunos profesionales han dado la voz de
alarma al respecto, avisando sobre el efecto que, a medio plazo,
puede tener el uso cada vez más insistente de los logos, en
detrimento del de los símbolos que, por tanto, dejan de ser
reconocidos por la sociedad y pierden su carácter identificador.
En el
caso de los tratamientos, podemos observar un hecho similar. El
tratamiento es un título de cortesía dado a una persona, en virtud
de unos méritos. Los tratamientos son de varios tipos, siendo los
más extendidos los motivados por la incorporación a cargos
políticos. De esta manera, cuando una persona accede al cargo de
presidente de una Comunidad Autónoma, asume el tratamiento de
“Excelentísimo”, que es el que corresponde al cargo. Sin
embargo, no existe una normativa clara que indique la posibilidad o
no de usarlos vitaliciamente, considerándose que sólo los altos
cargos (Presidente del Gobierno, Ministros, Secretarios de Estado,
Presidente de Comunidad Autónoma, etc) pueden usarlos de manera
vitalicia. El “Código del Buen Gobierno” aprobado en julio de
2005, siendo presidente don José Luis Rodríguez Zapatero, regulaba
la eliminación de los tratamientos para los altos cargos del
gobierno de la nación, dándose la paradoja de que ningún gobierno
de la Administración autonómica local adoptó una norma similar.
Sin embargo, combinado este hecho con la omisión de la citación de
los tratamientos en la mayoría de los actos (para dar fluídez a las
presentaciones) y la supresión total en el lenguaje verbal (salvo en
el caso de los tratamientos “excepcionales” de la Familia Real),
podemos colegir una tendencia clara a la eliminación del uso de los
tratamientos, en el contexto oficial.
La
simplificación de las ceremonias
La
nómina de ceremonias que se celebran en el contexto del protocolo
oficial o institucional, abarca desde ceremonias sencillas, como la
toma de posesión de cualquier cargo publico, hasta otras más
solemnes y ceremoniosas, como puede ser una entrega del Premio
Cervantes, presentación de cartas credenciales, etc. Las ceremonias
siguen siendo las depositarias de las formas más tradicionales del
protocolo, aquellas en las que se puede interpretar de manera clara
un mensaje, se puede distinguir los diferentes intervinientes y su
responsabilidad y se considera el acto en sí como una “puesta en
escena” de la institución, dirigida a ensalzar el papel de quien
organiza y preside.
Sin
embargo, sí se aprecia una tendencia a una cierta “relajación”,
en base a tres criterios diferentes (que consideramos normales en el
proceso de evolución e, incluso, favorecedores en la adaptación del
protocolo a los nuevos tiempos):
*el
gestual: los intervinientes asumen una postura menos hiératica o
formal;
*la
etiqueta: se “saltan” determinadas normas, hasta hacerlas
costumbre;
*el
escenario: se persigue un efecto minimalista, en el que prime la
sencillez y cobre mayor fuerza la imagen (incluso subliminal).
La
relajación gestual es consustancial a la relajación en las formas
que caracteriza a la sociedad actual; sin llegar a interpretar sus
causas o efectos, sí consideramos que hay momentos en los que
procede una mayor contención (que no hieratismo), que exprese la
integración del “actor” (autoridad participante en el acto
protocolario) en una escena determinada por el ceremonial
correspondiente. Cómo hemos señalado antes, éste necesita de una
solemnidad. La expresión “romper el protocolo” es la mejor
alusión a esos momentos en los que se “rompe”, en pequeña o
gran medida, el ceremonial programado. Su carácter debe ser
extraordinario, pues si se convierte en frecuente, el acto deja de
ser protocolario.
Los
cambios en las normas de etiqueta
Este
aspecto es muy interesante a considerar, teniendo en cuenta que
algunos elementos de este cambio, pueden responder más a criterios
de desconocimiento o ignorancia sobre el tema, que a un proceso de
simplificación de la imagen.
Ya
hemos señalado que las normas de etiqueta rigen la forma de acudir
vestidos a un acto; las normas son variadas y dependerán,
lógicamente, de la institución de la que emana el acto que se va a
celebrar. Desde un punto de vista de la indumentaria civil, son tres
los trajes de etiqueta que pueden ir marcados en actos organizados en
el contexto del protocolo oficial:
- el frac y vestido largo, para ceremonias muy solemnes;
- el smoking y vestido cóctel, para actos de índole festiva;
- el chaqué y vestido corto, para ceremonias celebradas hasta la tarde, de carácter menos solemne que las primeras.
La
forma, colores y complementos de cada uno de los tipos de vestuario,
está marcado por unas normas reguladas por la tradición o costumbre
(con influjo de la moda de cada momento), más que por las normas
legales, que en este caso no determinan ningún aspecto.
Sin
embargo, sí debemos tener en cuenta un elemento, de gran vinculación
con el protocolo oficial y en estrecha relación con los trajes de
etiqueta, que es el de las condecoraciones. Las condecoraciones son
señales (en forma de collar, banda, cruz, venera e insignia) que las
diferentes órdenes de mérito (civiles o militares) otorgan a
personas en razón de sus méritos. No es el momento de enumerar la
larga lista de órdenes ni de comentar las reglas que determinan su
concesión, pero sí debemos señalar que, a día de hoy, constituyen
la justificación más clara de la conveniencia de seguir utilizando
los trajes de etiqueta, pues las condecoraciones pueden ser lucidas
según con qué trajes: por ejemplo, el chaqué (tradicionalmente,
vestuario de día para ceremonias sencillas), sólo admite miniaturas
(hasta el número de cuatro). En este sentido, son cada vez más
frecuentes las ocasiones en las que se intenta romper con las normas
tradicionales al uso (reclamación de algunos diputados de las Cortes
sobre la conveniencia de eliminar el uso de la corbata, uso de
pantalones por ministras con ocasión de ceremonias solemnes, etc)
contribuyendo a la desvirtuación del carácter solemne del acto de
que se trate.
Concluímos
recordando que el proceso de renovación del protocolo es
consustancial a su devenir en el tiempo, no es excepcional, sino que
ha ocurrido a lo largo de la Historia.
Sin embargo, es conveniente que nos detengamos a pensar cómo puede
influír en la propia disciplina y el peligro que está corriendo
ésta, hasta el punto de dejar de ser ella misma. No se trata,
simplemente, de “democratizar el protocolo” (que ya está
democratizado desde la aprobación del RD 2099/83 y su aplicación
correspondiente) ni tampoco de caer en el error de asimilarlo a las
técnicas de organización de eventos (imprescindibles en la sociedad
actual y muy necesarias para la empresa y resto de instituciones). El
camino acertado, desde nuestro punto de vista, iría encaminado a la
construcción de una imagen que, partiendo del simbolismo bien
utilizado y un cuidado extremo de las formas y el decoro, fuera capaz
de expresar el mensaje que necesite transmitir la institución, con
limpieza, sencillez e inteligencia, huyendo de la zafiedad de los
mensajes obvios y tratando al ciudadano como a un ser inteligente,
formado y culto, conocedor del significado de los símbolos, de la
historia y tradiciones de su país y capaz de interpretar las señales
emitidas por el jefe del estado y las instituciones, ajeno a las
manipulaciones que grupos de intereses (mediáticos, políticos,
sociales) pudieran ejercer al respecto. Un protocolo que manifieste
lo que realmente debe ser: un elemento de comunicación entre el
estado y los ciudadanos, en forma de mensaje
directo y no manipulable por terceros.
Comentarios