"No hay peligro si no es de villano
ni orgullo más que de pobre enriquecido,
ni mejor camino que el llano,
ni ayuda que no venga de amigo verdadero,
ni desesperación si no es la de los celos,
ni querer más alto que el de los enamorados,
ni calamidad como ser un gran señor,
ni rostro como el del hombre dichoso".
El mensaje sencillo de estos versos me acercó al lado humano de María, cuya corta vida sirvió para transmitir un legado que contribuyó a definir nuestra cultura. Leyendo y reflexionando acerca de ello, supe que tenía que viajar "tras los pasos de María de Borgoña", a la tierra donde transcurrieron sus escasos 25 años de vida: entonces una parte del ducado de Borgoña y hoy, Bélgica.
No sabemos por qué a este viejo y cansado continente se le llama Europa... Viajando al aeropuerto de Charleroi, en Bélgica, leo algunos de los textos que Robert Graves escribió sobre los mitos griegos y me recreo en la deliciosa imaginación helénica: Europa fue la única hija -entre seis- de la pareja formada por el egipcio Agenor, y Telefasa. Tuvo la desgracia de que Zeus, dios de dioses, se enamorara de ella. Para poseerla, no dudó en adoptar la apariencia de toro, raptarla e incluso, violarla “bajo un sicomoro siempre verde”, naciendo tres hijos fruto de esta relación tumultuosa. Su padre, Agenor, ordenó a los hermanos que la rescataran, pero al desconocer el paradero, tomaron rumbos diferentes llegando a Cartago (más allá de Libia), Fenicia (actuales Israel, Siria y Líbano), Cilicia (Turquía, Chipre) y Tinia (entre el mar de Mármara y el mar Negro). Cinco generaciones después, nació Heracles, cuyos doce trabajos representan la esencia de la cultura e historia de la antigua Grecia.
La existencia de María de Borgoña no fue tan azarosa como la de Europa, aunque en su corta vida se tuvo que enfrentar a muchos problemas y desafíos. Conservamos de ella una imagen idealizada: los cronistas pusieron en evidencia cualidades como la armonía y la prudencia; los artistas dejaron testimonio de su belleza, de la que es muestra el delicioso retrato pintado en 1490 por Michael Pacher.
Sin
embargo, no podemos olvidar que el legado heredado de sus antepasados se
construyó, como todos los reinos medievales, sobre las ascuas de innumerables
batallas. María fue la transmisora directa de la cultura borgoñona que, de su
mano, pasaría a su hijo Felipe y, por tanto, a Carlos I, el rey español. La
lectura de una de sus biografías más conocidas, escrita por Yves Cazaux, y la
consulta de otra de la que a día de hoy no conozco traducción al español, de Carl
Vossen, me permitieron caminar de puntillas sobre la extraordinaria herencia
que transmitió a fines del siglo XV, cuando el Renacimiento asomaba.
La
figura de María simboliza el mundo medieval que se termina, no solo en el plano
cultural, sino, sobre todo, en el político. Fue la heredera de las posesiones
que habían reunido desde el siglo XIV sus cuatro antepasados directos, de
apellido Valois: Felipe el Atrevido, Juan sin Miedo, Felipe el Bueno y Carlos
el Temerario. Los cuatro tuvieron la fuerza suficiente para aumentar las
posesiones del ducado de Borgoña y gestar su independencia frente a los dos
colosos que tenían como vecinos: Francia y el Sacro Imperio de Austria. Las
tierras de Holanda, Zelanda y Brabante, los condados de Flandes, Boulogne,
Artois, Auxerre, los ducados de Luxemburgo, Lorena y Saboya, el condado de
Borgoña, entre otros. Tierras ricas y fértiles, atravesadas por ríos como el Loira
y el Escalda.
Impacta repasar la lista de sus familiares más directos: esposa de Maximiliano I de Habsburgo, madre de Felipe y Margarita, suegra de Juana de Castilla, abuela de Carlos I, bisabuela de Felipe II. No pudo dejar a sus hijos todo el legado territorial heredado de su padre, pero sí el cultural, dos de cuyos elementos más característicos son el rico ceremonial conocido como “Uso de Borgoña” y la Orden del Toisón de Oro, vinculada a la Corona de España cuando Felipe el Hermoso se convirtió en rey consorte de Castilla. De ella heredaron también la voluntad inquebrantable de emprender, avanzar, no rendirse jamás.
Las
biografías de María nos cuentan que pasó su vida en los palacios que fueron
sede de la corte de los duques de Borgoña y tras su matrimonio, de la del
archiduque Maximiliano. Los palacios han desaparecido, pero podemos identificar
espacios, percibir atmósferas, intuir la estela de esta mujer, nacida en
Bruselas en 1457 y fallecida cerca de Brujas apenas veinticinco años más tarde.
VISITA A LA PLACE ROYALE DE BRUSELAS
La primera de nuestras visitas tiene que ser,
por tanto, la capital de Bélgica, hoy convertida en una gran conurbación. En lo
alto de la ciudad vieja se encuentra la Place Royale, dominada por el palacio
de Coudenberg, construido como residencia real por el duque de Borgoña. Del
edificio original solo quedan los restos arqueológicos subterráneos, pero la
extraordinaria localización en lo alto de la colina permite atisbar un poco de la grandeza que debió
tener entre los siglos XII y XVIII, cuando los condes y duques primero, reyes y
emperadores después, lo convirtieron en un importante centro de poder, punto
neurálgico de las instituciones y de los recorridos ceremoniales que
comunicaban con la iglesia de Nuestra Señora del Sablón y que llegaban a la
Grand Place, en la parte baja de la ciudad.
Es
imposible conocer las habitaciones donde nació María, pero sí podemos imaginar
su riqueza y suntuosidad gracias a las descripciones de los cronistas, que
también hablaron de la soledad de su madre, Isabel de Borbón. Su esposo, Carlos
el Temerario, no la acompañó ni en el parto ni en el bautizo de su hija,
celebrado en la capilla del palacio. Si lo hicieron los representantes de la
nobleza y los burgueses de la ciudad, que participaron en una solemne procesión
y fueron aclamados por el pueblo.
En la actualidad, una ancha avenida comunica la Place Royale con la iglesia de Nuestra Señora del Sablón. Paseando contemplamos lo que fue el parque de la Warande, en el que jugaría María de niña, el centro principal de los Museos de Bellas Artes y otros edificios oficiales. En 1457, la iglesia de Nuestra Señora había adoptado su forma definitiva, marcada por el estilo gótico brabantino tan acorde con el gusto por la magnificencia de los borgoñones. En ella se celebraban también ceremonias cívicas, como el Gran Juramento de la Ballesta, y era el punto de partida de procesiones que desfilaban hasta la Grand Place, en las que el soberano actuaba como espectador, reconociendo el papel protagonista de las élites de la ciudad, otro de los signos que indicaban la evolución hacia el mundo moderno.
BUSTO DE MARÍA EN LA GRAND PLACE DE BRUSELAS
No es necesario seguir los planos turísticos, la misma ciudad nos lleva hasta una de las siete calles por las que se accede a la Gran Place. El impacto ante la belleza y exuberancia de los edificios es brutal: el ayuntamiento, la Casa del rey, los edificios de los gremios, todos ellos construidos después del incendio de 1695. ¡Ninguno fue contemplado por María! Sin embargo, en la fachada de la Casa de los duques de Brabante situada en la cara norte de la plaza, contemplamos el busto de la duquesa, acompañada de sus familiares directos. El rostro, esculpido con trazos sencillos, transmite serenidad y dulzura.
![]() |
Foto: Busto de María de Borgoña en la Grand Place (Fernando Rodríguez) |
LA HUELLA DE MARÍA EN LA CIUDAD DE GANTE
Nuestra
siguiente visita es a la hermosa Gante, situada a orillas de los ríos Lys y
Escalda, que fue una de las más importantes ciudades europeas en el siglo XV. Nos
hubiera encantado pisar el palacio de Prinsenhof, que según los cronistas tenía
un aspecto imponente. En vida de María sirvió como residencia real y también como
espacio de celebración de los capítulos de la Orden del Toisón de Oro. Allí
nació nuestro Carlos, que se educaría en Malinas bajo la tutela de su tía
Margarita. Desgraciadamente este palacio también ha desaparecido, y nos tenemos
que conformar con la contemplación y visita al castillo de los Condes, impresionante
como el resto de los edificios históricos de esta ciudad flamenca. Destaca sobre
todo el ambiente cultural de las calles, el estilo marcado por las
universidades, la impronta moderna e incluso sofisticada que la distingue de
otras ciudades belgas. La coincidencia con la jornada de Puertas Abiertas del ayuntamiento
de Gante nos permitió visitar sus dependencias principales e incluso disfrutar
de su hermoso salón de reuniones, en donde apreciamos el escudo heráldico de
María junto al de otros miembros de su familia.
![]() |
Foto: Sello heráldico en ayuntamiento de Gante (Fernando Rodríguez) |
MAUSEOLEO EN BRUJAS
![]() |
Foto: Ante el sepulcro (Fernando Rodríguez) |
Parece ser que María expresó en vida el deseo de ser enterrada en este espacio. A su lado, se encuentra el sepulcro de su padre, Carlos el Temerario, fallecido en la batalla de Nancy en 1477. Este sepulcro está construido casi un siglo después de su muerte, entre 1558 y 1562, es de estilo renacentista y talla mucho más sobria y austera que el de su hija, otro de los signos de los cambios tan profundos que vivió Europa a partir del siglo XVI.
Con
este viaje tras los pasos de María de Borgoña, pudimos comprobar el enorme
interés que tiene Bélgica como destino cultural. Es una tierra con una historia
milenaria y, además, uno de los estados creados gracias a las revoluciones
liberales de 1830. Sucumbió ante las invasiones alemanas en el siglo XX, y emergió
fuerte tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose en el núcleo de
la reconstrucción europea. En el siglo XXI hace frente a los graves problemas
derivados de la reconversión industrial, con repercusiones sociales y
económicas, pero el orgullo flamenco y la tenacidad valona sostienen sus
paramentos.
A
poco que nos detengamos, en Bélgica apreciamos la fuerza arrolladora de la
cultura europea, que se fue gestando desde el segundo milenio a.C., mucho
después de que Zeus se enamorara de la hija de Agenor y Telefasa. La cultura
europea ha ido adaptándose a los cambios, enriqueciéndose con las influencias,
convirtiendo a este puñado de países en los más desarrollados del mundo,
aquellos en los que se ha conseguido un mayor nivel de bienestar material y
respeto por los derechos cívicos. Siglo a siglo, paso a paso, con sangre, pluma
y piedras se fue construyendo nuestro mundo, como un río que crece y se bifurca.
Por
cierto, el sicomoro al pie del que Zeus cometió su tropelía, no era un árbol
originario de la antigua Grecia, sino que procedía de África central y del sur,
y se cultivó en Egipto desde el tercer milenio.
Comentarios