http://www.lne.es/cuencas/2012/10/01/hombre-discreto/1305426.html
Artículo publicado en La Nueva España tras la muerte de Eugenio Torrecilla.
DON EUGENIO TORRECILLA, EL HOMBRE DEL SABER DISCRETO.
Conocí
a don Eugenio Torrecilla siendo encargada de la Biblioteca de Caso.
En el mes de julio, coincidiendo con las fiestas de Santiago,
escogía la capital del concejo donde, bajo los cuidados de Julia se
libraba del estrépito y algarabía propias de las fiestas. Vestido
con una guayabera beige y tocado por una visera clara, su discreta
figura se convertía en asidua de la Lastra, en donde disfrutaba de
un ambiente tranquilo y reposado.
A Eugenio no le gustaba el ruido. Llegaba a la biblioteca a última
hora de la mañana, cuando sabía que los niños ya habían cansado
de leer y estaban en la plaza jugando. Pese a su condición de
pediatra (o a causa de ella), mostraba poca paciencia ante los
arrebatos infantiles, ruidosos y tumultuosos, y no podía evitar
algún mohín de desagrado, si el umbral de ruido excedía lo que se
consideraba “permitido” para una biblioteca. De ademanes
discretos y caminar pausado, se adentraba hasta el fondo de la sala, donde buscaba un puesto de mesa recogido y solitario,
para leer el periódico del día.
Disfrutaba curioseando por la sección asturiana, en uno de cuyos estantes
estaba depositado la Balada del Nalón, libro del que era autor, como
orgullosamente me recordó en una ocasión. Sin embargo, su lugar
preferido era el espacio dedicado a la literatura, materia en la que (pronto me di cuenta), don Eugenio
era un auténtico especialista.
Durante
mis años como bibliotecaria, tuve la suerte de contar con su aprecio
y cordialidad. Por alguna razón, los superficiales intercambios de
palabras de los primeros días fueron sustituidos por interesantes
conversaciones en las que Torrecilla fue desgranándome su
pasión por la literatura, conocimiento de los clásicos y pasión por las grandes novelas europeas del siglo XIX, entre las que
me citaba con especial interés El jugador, de Dostoievski. Si
un día decidí acometer la lectura de La montaña mágica, de
Thomas Mann, fue gracias a sus comentarios y, leyéndola, era
Torrecilla a quien veía sentado en una hamaca de ese balneario un
poco decadente, símbolo del tiempo que se le escapaba a Europa de
entre los dedos.
Siempre
que visito una ciudad extranjera tengo un recuerdo especial hacia Eugenio, que conocía todos los hoteles, monumentos y calles
descritos o reflejados en las novelas; en una ocasión, me comentó
su parecer acerca de la pequeña decepción del viajero al
visitar la ciudad que tanto admiraba con ocasión de la lectura de
algún libro: muchas veces,
las expectativas se veían truncadas, precisamente, por el estrépito
y algarabía del mundo actual, que al señor Torrecilla tan poco le
gustaban.
En ocasiones, también me acuerdo de Eugenio al iniciar una nueva lectura, ansiosa como estoy de leer todo lo que sé que me queda
pendiente. La última pregunta que le quise hacer fue ¿Leyó Vida y destino, Sr. Torrecilla? ¿es realmente digna sucesora
de Guerra y paz? No
tuve ocasión de hacerlo, y eso me permitirá recordarlo siempre que vea el lomo del libro
colocado en mi biblioteca particular.
Hace
siete años que no trabajo en la biblioteca, pero sé que Eugenio
continuó visitando Campo de Caso cada verano. Si bien nuestros
encuentros fueron en lo sucesivo muy esporádicos, no perdimos
ocasión de enviarnos los saludos mutuamente a través de conocidos
comunes. Me siento muy orgullosa de haber contado con su aprecio y
contenta de haber tenido la oportunidad de escuchar sus
explicaciones. La noticia de su muerte me ha producido una cierta
tristeza, que en el momento que estoy escribiendo estas líneas, se
mezcla con esa dulce melancolía que producen los primeros días del
otoño, tan europeos y decimonónicos. Y no sé por qué, pero en
estos momentos, recordando a esta persona, rodeada de las obras de
los grandes pensadores y literatos de los siglos XIX y XX, estoy
encontrando un poco ridículo este mundo dominado por las nuevas
tecnologías y la comunicación trepidante, en el que las erratas
campan por sus fueros, los wasap
se
han convertido en protagonistas de nuestras relaciones y nuestro tema
de conversación gira en torno a esas palabrejas tan feas propias del
mundo financiero. Voy a hacer un pequeño esfuerzo e intentar que
aquello que identificaba al maestro Torrecilla: el saber discreto, la
quietud en las formas y la cultura entendida como actividad
intelectual, me ayude a encontrar el tiempo perdido.
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